«PASIONES CROMÁTICAS»
Asistimos a un doble acontecimiento cultural de primer nivel en Almazora: de una parte la restructuración de la reconocida sala de la Caja Rural San José, que tantos entrañables recuerdos aporta a la memoria de quien esto escribe, y de otra la presentación en la misma de Isidoro Moreno, dueño de envidiable currículo, pregonero de su fama que documentan las varias decenas de prestigiosos premios y el conjunto de reconocidas salas españolas conde ha colgado su obra. Pero siendo importante su trayectoria artística, lo es mucho más, (y ello estipula, en mayor medida, la narración reflexiva de este comentarista) el análisis de su obra.
Partamos de un principio, el vallisoletano (1975) es un pintor hispánico racial, intenso, que ha sido capaz de aunar la reciedumbre grave del paisajismo de Castilla la Vieja, con el resplandeciente luminismo del levante y sus gamas encendidas y excitadas, o en ocasiones saturadas con la sombría paleta un poniente umbrío, suponen reveladores logros de una desmedida pasión, al rasguear los colores sobre el lienzo con resolutivo trazo, ahíto de generosa materia. Sin duda si el artista es aficionado a la música, uno no dudaría en comparar su pincel con la batuta de un director que dirige de ordinario a Mahler o a Bruckner. Pasión por doquier, intensidad, y al tiempo una emotividad sentida desde lo más íntimo de un sentimiento cautivador de la interpretación del natural. Y es que el natural manda en la obra de Isidoro Moreno. Hoy podríamos decir que es una rara avis de postulado histórico. Sin que haya una conexión directa, uno aprecia en su quehacer paisajístico, reminiscencias conceptuales de Emilio Varela, Aureliano Beruete, Joaquín Mir, Santiago Rusiñol, Riancho y por supuesto el refulgente Sorolla… pero con un ímpetu evidentemente personal. Es por ese mandato de la vista directa del paisaje por lo que en sus cuadros hay tanta verdad y tanta sensación. El artista febril y pasional como pocos, se embebe y se embriaga de la viveza de los panoramas que tiene ante sus ojos y con el dictamen de su impulso emocional, traslada sus impresiones al lienzo. Hay resolución entusiasta en el trazo, aliento en el gesto y anhelos de eternidad en la intensidad de sus colores, que ubica en el cuadro con pincelada larga, muy empastada, decidida y reluciente. Una pincelada que lleva luz propia dentro del color.
Esas montarazas castellanas que versificaron Matilde Camus, Machado, Gerardo Diego, Zorrilla o Anglada cobran en su dictamen pictórico una lozanía intensa, una potencia pujante, un vigor existencial. Las laderas exuberantes de gama e intensas de rasgo son de un relato que embriaga e hipnotiza por la fuerza intencional de su imperativa y contundente imagen de fogosidad desbordada en el concepto, en la intención y en la ejecución. Diríase que en la inspirada visualización del natural, existe algo de sobrecogedor, y ello se aprecia tanto en los paisajes brumosos o en los panoramas urbanos como en los intensos de luz (en muchas ocasiones deslumbrantes contraluces) y evidentemente la solución la aporta la riqueza de gamas de su paleta de agresivos y delirantes contrastes que conceden una óptica distinta y palpitante a sus panoramas.
Pero el pintor, dueño de una técnica que cabría calificar de absoluta, se enfrenta también al retrato y en particular al desnudo, en la línea en la que lo hicieron Zarco, Holder o Freud, es decir una plasmación humana, muy humana, trágica, aciaga, decrépita. Esa sensación con un punto de la venerada poesía que escribiera Benedetti:
«Ayer pasó el pasado con su historia
y su deshilachada incertidumbre
con su huella de espanto y de reproche».
Tiene mucho de poema de densidad carnal su pintura humana, de intensa fuerza táctil por su riqueza matérica. Se le podían a aplicar a Isidoro las palabras de Freud sobre su obra: «Quiero que mi pintura funcione como carne. Para mí, la pintura es la persona. Que ejerce sobre mí mismo un idéntico efecto que la carne».
Y acabemos con los perros por los que este comentarista tiene afectuosa devoción. No son los suyos perros relamidos, bien al contrario, son perros raciales, vivos, de condición natural, henchidos de carácter, identificativos en su gesto y en su actitud, siempre honrados, aun en la vulgaridad de su estirpe múltiple, por un pincel probo y cabal que ennoblece su imagen, siempre henchida de casta e intención y ello hasta cuando el pincel meandriza con el color en una algarabía de revueltas sinuosas, que postulan con vehemencia, la abstracción.
Texto incluido en la exposición y catálogo de la edición «ISIDORO MORENO, INSIGHT». Ciclo exposiciones nacionales. Almassora por el arte y la cultura en el mundo. 2019
Catedrático, Doctor en Historia del Arte. Académico de las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y de San Carlos de Valencia
«ARRIBES DEL DUERO»
Obra inspirada en el privilegiado entorno natural de los Arribes del Duero y realizada por la mano maestra de Isidoro Moreno en 2015, nos invita a recordar las palabras que José María Rueda de Andrés, pintor y profesor de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, dijera observando su pintura:
Son paisajes distintos por personales, de una gran fuerza vital, que hacen evidentes sus impresiones subjetivas, asociadas a detalles imperceptibles a la mayoría de las personas. Es una exclusiva forma de ver, que recoge con maestría en sus obras, a veces cargados de color, y casi siempre con armónicos contrastes, que acaban destacando el detalle. En mi modesta opinión, domina como nadie los claroscuros haciendo en particular del contraluz, una belleza inusual.
A lo largo de la carrera pictórica de Isidoro Moreno, existe un patrón que desvela un magnetismo tácito entre él y los paisajes abiertos, a veces, graníticos de imponente presencia. “Arribes”, describe esa pasión callada del pintor hacia estos espacios desmesurados que elevan y sobrecogen al espectador que, inapelablemente, percibe la verdadera relación de su tamaño.
De austeridad castellana y corazón mediterráneo, la pintura de Isidoro cuenta con ejemplos palpables de esta búsqueda valiente como el “guerrero” de caballete, pincel y materia que en realidad es. Él, pintor, aborda el natural y atrapa su estructura devanando la madeja intelectual para reinterpretarla con maestría a través del código pintura.
Cito, por mencionar algunos, entre premios y obras destacables, “Hoces”, complejo cuadro de 150×150 cm, óleo sobre lienzo, premio ACOR de Castilla y León en 2011, y también añado, “Duero”, “Desfiladero”, “Primeras luces”, “Rúa” y “Albarracín”. Recorremos de su factura, una pauta conmovedora, narradora de paz, soledad y vehemencia contenida, desatada en ocasiones tras enardecidos empastes.
Impresa en la trayectoria de este pintor vallisoletano, hallamos resonancias de la herencia recibida de maestros anteriores, tales como Carlos de Haes, Joaquín Mir, Darío de Regoyos o Joaquín Sorolla, sin obviar influencias contemporáneas de Nicolás de Stael, Jean Dubuffet o Anselm Kiefer.
Tal y como el propio Nicolás de Stael, escribiría a un amigo en 1937, “Sé que mi vida será un viaje constante por un mar incierto”, Isidoro asume la incertidumbre de la pintura cuyo referente es el natural, estableciendo un diálogo activo entre él, pintor, y su escenario, el paisaje, dejando transcender algo casi vetado en nuestro tiempo, la emoción del que hace hacia el que contempla.
D.P.Q.
Texto incluido en la exposición y catálogo de la edición «AQVA» de la Fundación las Edades del Hombre. Toro (Zamora). 2016
Pintora
Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid
«ALMA Y PAISAJE»
Conocí a Isidoro Moreno en Albarracín, enclave donde se perciben de manera singular las fuerzas de la Naturaleza; allí, las potencias telúricas entrañan al hombre en la roca y le hacen sentir como parte de la historia del Mundo. No es por tanto casual que dos pintores, uno joven y otro adentrado ya en los derroteros de la vida, coincidieran en este lugar y en asuntos que a ambos apasionaban desde siempre, aun sin conocerse, como lo es la comunión con el Paisaje, en un afán de expresión, de comunicación de vivencias. Ambos lo hacemos aferrados a un lenguaje, la pintura materia, la pintura signo, la pintura color, en la conciencia de que con la necesaria destreza, pero con suma humildad, se pueden desvelar los secretos celosamente guardados por la tierra.
No sé si Isidoro es consciente, ajeno a gratuitas modas y a veleidades tan en boga, de que con su pintura descorre velos de oscuridad y oferta revelaciones inéditas a aquéllos que se plantan delante de su obra. También lo hacía Jean Dubuffet, con dispar estilo pero utilizando la misma gramática cuando –ya no en su obra pictórica densa en su propia materia, sino en sus dibujos- recreaba ilusoriamente en una superficie plana, sin relieves, los accidentes con que se mostraban ante su vista lo orgánico y lo inorgánico, como oferta de un placer profundamente sensorial en su sugerencia de lo táctil.
He tenido la fortuna, no sólo de descubrir la obra de Isidoro, sino de verle pintar, y he sentido cómo él entiende los elementos –aire, agua y tierra- como un conjunto absoluta y necesariamente asociable en los códigos de la Pintura; mancha, signo y textura suponen, en su obra, medio y fin hacia una comunicación trascendente.
Conoce muy bien nuestro pintor la necesidad de discernir, resumiendo las ofertas del paisaje en su discurso pictórico, y de su alma castellana fluyen a borbotones, pero ordenada y cadenciosamente, manifestaciones de amor y de pasión por la vida, de las que todos deberíamos ser partícipes.
Pintor
Profesor de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid
«LA PINTURA DE ISIDORO MORENO EN ALBARRACÍN»
Isidoro Moreno no es un pintor cualquiera. Lo hemos comprobado en sus frecuentes trabajos sobre Albarracín, tras un prolongado estudio pictórico de esta ciudad. Participa sistemáticamente en los Cursos Supriores de Pintura de Paisaje que organiza la Fundación Santa María de Albarracín, creando ejemplaridad entre sus propios compañeros de caballete. Fue becado en estos cursos, en el año 2008 en concreto, mostrando una extraordinaria visión de Albarracín, tan determinante y poderosa que nuevamente fue seleccionado para mostrar sus trabajos, en una exposición individual de paisaje, en la torre Blanca de esta ciudad, nada menos que coincidente con la presentación de la actividad cultural del año 2013. Y todo ello porque Isidoro Moreno es un gran pintor, que ha sabido recoger como nadie un Albarracín diferente, haciéndose un hueco entre los artistas que dejan huella.
La tarea no es fácil, y por ello más meritoria. Esta ciudad ha sido siempre tema de inspiración pictórica entre los paisajistas. A comienzos del siglo pasado, los paisajistas viajeros que buscaban la esencia de la España rural, solían recaer por este lugar. Por ejemplo, resulta inolvidable la consideración que sobre Albarracín hace Zuloaga, en una carta que envía a su amigo, el músico Manuel de Falla: …Llego de Albarracín (lugar en donde el Cid hizo una de sus grandes batallas). Vengo loco de entusiasmo. Aquello es lo más grande que hasta ahora he visto. No hablé a nadie de ello, ni siquiera pronuncié el nombre de Albarracín (-esas son cosas que debemos guardar para nosotros-) Un fuerte abrazo…
En este mismo sentido se manifiesta impresionado Martínez Novillo, que relata su viaje desde Cuenca a Albarracín, atravesando las sierras de este lugar, hasta alojarse en la posada de la herrería, recogiendo algunas de sus impresiones, tan extraordinarias como su relato. Completan la lista pintores como José Benlliure, Salvador Tuset, Ernesto Furió, Enrique Ginesta, Jesús Unturbe, Julian Borreguero, etc., que aparecen en un catálogo que editó la Fundación Santa María de Albarracín, coincidente con la recopilación de trabajos expuestos en la torre Blanca.
Hasta los años 80 de esta misma centuria, eran muchos los veraneantes pintores que residían en Albarracín. Pasaban el verano con sus familias pintando, entre otros, José Armiñana, Manuel de Gracia, José Mingol, y los hermanos Alegre, residentes en la capital turolense. Los caballetes eran por tanto una constante habitual, sobre todo durante el buen tiempo.
Esta tradición pictórica de Albarracín le llevó a la Fundación Santa María de Albarracín, en su habitual promoción cultural a organizar, desde su misma creación, lo que llamamos Encuentros de Pintura de Paisaje primero, y Cursos Superiores de Pintura después, dirigidos por los docentes del Departamento de Pintura de la Universidad Complutense, para seguir orquestando la inspiración de Albarracín entre los pintores al natural de España. Es en esta actividad concreta en la que conocimos, por su especial participación, a Isidoro Moreno.
Isidoro dejó huella desde el comienzo. Introvertido con su pintura, demostró una habilidad extraordinaria con los pinceles, plasmando con facilidad pinturas que no dejan indiferente al espectador. Son paisajes distintos por personales, de una gran fuerza vital, que hacen evidentes sus impresiones subjetivas, asociadas a detalles imperceptibles a la mayoría de las personas. Es una exclusiva forma de ver, que recoge con maestría en sus obras, a veces cargados de color, y casi siempre con armónicos contrastes, que acaban destacando el detalle. En mi modesta opinión, domina como nadie los claroscuros haciendo en particular del contraluz, una belleza inusual.
Pero no soy yo la persona más adecuada para valorar su pintura; sin embargo, si para reconocer el efecto ante el espectador. Quizás sea la de Isidoro, una de las exposiciones que más ha gustado, y precisamente no por ser especialmente figurativa. “Tiene un algo que dice mucho, nunca me había parado a ver este rincón tan diferente, es un pintorazo, qué alivio de pintura….” Son estas expresiones constantes hacia su trabajo captando el “embrujo” extraordinario y difícil de Albarracín, que no es sino la pervivencia inmaterial de lo que fue a lo largo del tiempo.
Precisamente por ello se ha hecho un hueco reconocido entre los pintores de esta localidad. Sus paisajes recogen la esencia de esta ciudad, que por mil veces pintada y siempre fotografiada, continúa sorprendiendo. Es su particular forma de recoger las impresiones del llamado actualmente, “Albarracín cultural”. Sabe ver y plasmar, la atmósfera de lo que existe muy por encima del facilón impacto fotográfico del lugar.
Existen pocos “Isidoros” y por ello hemos de potenciarlos cuanto podamos, dado que pueden llegar a ser los reporteros ordenados de la esencia de nuestros paisajes, con huellas que seguro serán inolvidables. Sus pinturas de Albarracín son el mejor ejemplo.
Director Gerente de la Fundación Santa María de Albarracín
“ISIDORO MORENO: LUZ Y MATERIA”
«Paisaje
Al observar los paisajes de Isidoro Moreno nos atrae poderosamente su luz siendo esta, en muchos de ellos, la verdadera protagonista del cuadro. ¿Nos preguntamos de dónde procede? Pues bien, siguiendo los pasos de Carlos de Haes, el artista se acerca a la naturaleza, entre otros lugares a la sierra de Albarracín, donde capta la inmensidad de su estructura geológica, cuyo atractivo, independiente del lugar concreto, surge de la sensibilidad del artista; es reflejo de circunstancias y vivencias que trascienden a lo puramente sensorial, generando una belleza en cierta medida metafísica. En ellos podemos hablar de un aire lleno de luz que irradia de los propios motivos e inunda la superficie del cuadro, de ahí, que lo fascinante de estos paisajes no se encuentre en la forma sino en su resplandor consiguiendo envolver al espectador en un estado de misticismo que conecta en cierta medida con la visión de Friedrich, al descubrir en las montañas el símbolo de Dios.
Isidoro, como Rembrandt o Caravaggio, asigna a la luz una función estructural que ayuda a potenciar la imagen, al realzar no sólo la figura, sino el contenido que trasciende de ella, pero se aleja del dramatismo, que este elemento plástico adquiere en los artistas del barroco, aproximándose a la corriente impresionista y más concretamente al luminismo de Sorolla. Muchas de sus obras reflejan el uso de una paleta extraordinariamente luminosa, de tal manera que la forma de conjugar colores intensos y brillantes le ayuda a construir sin tener que recurrir al dibujo puesto que los perfiles se definen con nitidez, debido al contraste que generan los blancos y los azules cuya gradación tiende a diluirse en ellos, de tal manera que se conjugan evitando la brusquedad del claroscuro. En otras obras, Isidoro nos invita a viajar fuera del cuadro, adentrándonos en espacios infinitos mediante amplias autopistas que dibujan perspectivas cuyo punto de fuga incide en arquitecturas sintetizadas al máximo, y a diferencia de los lugares naturales se conjugan en una gama monocroma de grises sólo alterada por reducidas pinceladas de color.
Donde este artista se muestra más conceptual, es al plasmar la meseta castellana ya que se presta a la abstracción y a la síntesis. En estos paisajes se desprende de todo elemento narrativo que limite la proyección visual y deja al descubierto la austeridad de esta tierra que se percibe en la escasa vegetación, donde pequeños islotes de verdes secos aportan una nota de color a la sobria gama de los tierra. Isidoro reinterpreta Castilla: su llanura, sus páramos, las riberas de los ríos, los cañones…, y en los cuadros que incorpora minúsculos remansos de agua, no se adentra en ellos, sino que los observa desde la orilla o el desnivel. Otra nota que distingue a estas obras es la ausencia del ser humano, no obstante se intuye su huella en los reductos arquitectónicos que se erigen en elevados horizontes o en parajes solitarios, delatando un mundo un tanto estático. Son lugares sentidos, subjetivados, que conectan con la visión de la Escuela de Vallecas cuyos artistas abordan el paisaje castellano enfrentándose a él desde la experiencia vital.
Isidoro Moreno, además del estudio de la luz, incorpora en sus obras las aportaciones de las corrientes matéricas y el valor de lo gestual que se refleja en una pincelada larga, potente y cargada de pigmento con la que, además de generar volumen, construye al aplicarla en diferentes direcciones. Juega con la pasta de tal forma que la expande y la deposita a modo de argamasa para crear su propio universo. En ocasiones la aplica en diferente grosor, adelgazándose progresivamente hasta licuarse y dejar al descubierto el soporte, que se incorpora con fuerza como elemento plástico. Así, adquiere protagonismo la trama del lienzo o las ricas y variadas texturas de la madera que dejan entrever la huella del paso del tiempo o la actuación de los fenómenos atmosféricos, siguiendo los pasos del Informalismo. El valor de lo matérico adquiere un particular relieve en el paisaje urbano, cuyas construcciones tienden a levantarse o desintegrarse en el propio acto de la creación del cuadro. Estas arquitecturas sintetizadas en muros acaparan la composición y dejan sentir la ausencia de aire, a lo que también contribuyen las calles estrechas, que nos trasladan a tiempos lejanos o dejan constancia de nuestro patrimonio artístico como la catedral de Burgos o la de Valladolid cuyos blancos radiantes nos reafirman en la idea que, la conjunción de luz y materia es lo que define y hace inconfundibles los paisajes de ese artista.
Figura
Si hacemos una primera lectura de las figuras femeninas creadas por Isidoro, más que pintadas parecen modeladas en barro y como cerros testigos, dan cuenta del paso del tiempo. Cada capa de pintura, a modo de estrato, pone en evidencia sus biografías. Se constituyen en eje de la composición llegando a adquirir cierta monumentalidad. No obstante, una mirada profunda deja entrever la fragilidad de la naturaleza humana. En ellas se acerca a la visión de Lucian Freud, al presentarlas en su aspecto natural, despojadas de todo símbolo de belleza, pero lejos del erotismo, de algunas de las obras este artista, se centra en el drama. Drama que percibimos en los fondos oscuros de los que emergen, en la quietud y mutismo de sus cuerpos y en la manera de ocultar sus rostros. Cualidades que nos inquietan y nos llevan a preguntarnos ¿de que huyen? Isidoro en un lenguaje expresionista aborda la caducidad, reflejada en estas figuras que se desmoronan y tienden a fundirse con lo geológico e integrarse en la desnudez del paisaje castellano.»
Doctora en Historia del Arte
Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA)
“CAPÍTULOS DE UNA VIDA”
«Esculpir sobre óleo con los pinceles no es tarea fácil. Nutrir a la obra de esa sensible ‘tercera dimensión’ necesita del autor valentía y oficio. Si añadimos a esas maneras un absoluto respeto a la verdad y a la luz, nos encontramos al final de este túnel de dificultades con la obra personal de Isidoro Moreno López.
Los apoyos fotográficos en la ejecución de las obras de muchos pintores realistas son prácticas demasiado habituales. Sufrir climatologías adversas no entra en los planes de trabajo de la mayoría de los pintores figurativos, que se acomodan en sus bien dotados estudios sacrificando, sin saberlo, el poder retratar el momento.
Isidoro lo sabe bien.
Sus obras son como ‘actas notariales’ de su presencia en el lugar y momento vivido. Solo de esta manera se puede entregar a la tabla o al lienzo toda la verdad. El resultado no es otro que el regalo al espectador de capítulos de un vida, una vida a su vez entregada a la pintura.»
Pintor
“ACOR Y LA PINTURA”
«Durante el pasado mes de diciembre, la Sala de Exposiciones del Teatro Calderón vallisoletano albergó una exposición sobre el VI Certamen de Pintura ACOR Castilla y León. Afortunadamente el mundo empresarial va descubriendo poco a poco jóvenes valores en el campo de las Bellas Artes. Esto supone que el mecenazgo empieza a consolidarse a través de estas manifestaciones artísticas en el campo de la empresa.
En el caso que nos ocupa, cerca de un centenar de pintores de Castilla y León ofreció su mejor hacer pictórico para que una serie de expertos seleccionaran las mejores obras que darían lugar a que un acreditado jurado pudiera otorgar el primer premio y dos menciones de honor entre las obras seleccionadas. Este jurado estaría compuesto por D. Kosme de Barañano, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Miguel Hernández de Elche; Don Javier Riaño, director de la Fundación de Bellas Artes de Bilbao, y Don Francisco de la Plaza, catedrático de Arte de Valladolid.
Lo más acreditado de este apasionante mundo del arte en la pintura preparó sus mejores obras para este certamen cargado de prestigio y bien retribuido, destacando que la obra premiada en primer lugar pasaría a propiedad de la institución patrocinadora.
Ni que decir tiene que las 21 obras seleccionadas han sido objeto de gran admiración pública, ya que la organización de la exposición corrió a cargo de la Fundación municipal de Cultura del Ayuntamiento de Valladolid, que goza de gran prestigio en estos eventos y gran experiencia en dar cobijo a varios certámenes.
Corría el año 464 a.c cuando en la antigua Grecia nació Zeuxis, llamado a ser uno de los más destacados pintores de la cultura helénica. En determinado momento de su trabajo fue duramente criticado por la lentitud del mismo. Muy contrariado el pintor contestó contundentemente:”Empleo mucho tiempo porque pinto para mucho tiempo”.
Pues bien, cuando con todo detenimiento observé la obra premiada por ACOR me di cuenta enseguida del minucioso trabajo y del carácter impresionista de este primer premio titulado Soñando y, como consecuencia de ser conocido del premiado, vino a mi mente la cantidad de premios y de tiempo dedicado a sus obras geniales de arte, porque el pintor, llamado Isidoro Moreno López y nacido en Valladolid (1975), formado en Bellas Artes en Salamanca y en la especialidad de restauración en Granada, es todo un acontecimiento de juventud apasionada. La obra premiada en esta ocasión es un árbol en madurez veraniega donde la policromía ofrece toda esa frescura de obra juvenil, cargada de ensoñaciones, capaz de convencer al más exigente jurado en aras del arte al servicio de la vida porque un árbol frondoso es ante todo y sobre todo sueños que nacen del Soñando de un pintor muy laureado.
Nos encontramos ante un joven pintor, en plena madurez, capaz de soñar sus obras para luego transmitirlas al lienzo en limpio empaste en paleta para, con gran acierto y seguridad de espátula, hacer realidad palpable su dominio cromático. Entonces el impoluto lienzo cobra vida, adquiere esa dimensión que hizo exclamar a Menéndez Valdés en su obra La gloria de las artes “¡Oh divina pintura, ilusión grata de los ojos y del alma! “.
Cuando uno se lleva la retina llena de hermosas sensaciones y se para a soñar ante la obra premiada en el VI Certamen de Pintura ACOR no puede por menos que dejar volar la imaginación hacía páramos de vida, de luz, de color, de ensoñaciones, porque esta obra te permite soñar despierto o soñar en ese sentido filosófico que le permitió a Kant decir. ‘El sueño es un arte poético involuntario’.»
Académico de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción
Artículo publicado en El día de Valladolid el 11 de Enero de 2006
«EL NOBLE EJERCICIO DE LA PINTURA”
«Los circunloquios que en la oratoria se emplean en estos tiempos evitan el uso de aquellos términos que antaño merecían todo nuestro respeto y admiración, y son, además, una muestra de lo que acontece en el quehacer cotidiano de cada artífice. Así pues hoy hablamos, por ejemplo, de artistas plásticos frente a los que siempre quisieron que se les honrara y reconociera como pintores en relación al noble ejercicio de la pintura.
Isidoro Moreno, a pesar de su juventud, se reconoce, se llama así mismo y es pintor, y a su trabajo lo llama él, y todos los que le seguimos de cerca, pintura. Pintor de paleta y óleo, de los que dejan una estela de esencia de trementina allí por donde pasan, de los que acuden a cada evento con los dedos impregnados en pintura que nunca llega a irse porque cada día la pelea con el lienzo es tal, que esas manos volverán a teñirse de granza, ultramar o cobalto. Y es que, no en vano, Caravaggio, La Tour, Ribera, Joaquín Mir o Sorolla son sus referentes, casi maestros.
Conocí a Isidoro hace dos años en un curso de pintura. Ahí iniciamos un diálogo en torno a la reflexión que este pintor emergente tiene cada día, cada una de sus confidencias con un caballete que entiende con rigor y disciplina el valor intelectual de este oficio. Yo iba en calidad de docente mientras que él asistió como alumno.
Pero, más allá del trabajo que cada uno íbamos a desempeñar allí, poco nos separaba. Ambos compartimos esa pasión por la pintura, por el trabajo encomiable y el deseo ardiente de pintar y de que esa obra sea pintura. ¿Pero qué es la pintura? Pues tratando de responder a esta pregunta encontré el trabajo de Isidoro.
Sus jornadas las comparte entre el entorno natural el cual toma como referencia y le sirve de estímulo para iniciar sus cuadros, y las sesiones que, a la postre, realiza en el estudio. Se sumerge en el paisaje como si éste posara para él. Luego dialoga con su modelo hasta llegar incluso a abstraer la esencia de las estructuras, los matices de color que se concretan en planos perfilados y dibujados con talento, frescura y rigor; con fuerza, con la sabiduría de quien domina lo que tiene entre manos.
Arrastres, materia, veladura, un juego de espadas con pinceles, brochas, con lo que sea menester y, sobre todo, lucha intelectual, pues soy testigo de las muchas reflexiones que nuestro pintor se hace, de cuánto se exige, de cuánto exprime su paleta. De repente, no satisfecho con el resultado, agarra una espátula de gran dimensión y de una sola pasada terminan con todo, o casi todo, y vuelta a empezar. Pero este ejercicio va dejando el poso perfecto para seguir trabajando encima.
Luego, con el paso de las sesiones, esas primeras pinceladas borradas se dejan ver entre una y otra masa de color. Así consigue Isidoro ese sabor a pintura que hace las delicias de quien se acerca a su obra con una mirada atenta. Quien pretende desentrañar la maraña de colores y grafismos que tejen cada plano aparentemente hecho al azar, encuentra, sin embargo, el resultado de jornadas arduas de abstracción.
El discurso de la pintura de Isidoro pretende ahondar en lo más profundo del modelo que por algún motivo ha llamado su atención. ¿Y qué importa si este punto de partida es paisaje, un objeto o un concepto? En pintura nada de esto importa, lo verdaderamente relevante es que el pintor luche en el buen ejercicio de la pintura y en el ejercicio intelectual, y que el espectador sea testigo de ello al contemplar la obra.
Estoy convencida de que Isidoro nunca dejará de pintar, nunca renunciará a sus confidencias con el caballete; que sus propuestas y proyectos nunca van a postergar el noble ejercicio de la pintura ni a renunciar a ella, que nunca le dará la espalda a ese entorno natural que le sirve como punto de partida. Estoy convencida de que toda las oportunidades que tenga de mostrar su obra serán una oportunidad magnífica para quienes podamos contemplar esa obra.»
Pintora
Doctora en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
“HORIZONTES”
«Habita con su caballete firmamentos soleados; la música de su pincel reclama la voz del aventurero y la excelsitud de su mirada se pierde en el lienzo. Así es el talante pictórico de Isidoro Moreno López, artista vallisoletano marcado por la profundidad majestuosa de los horizontes de Castilla. Es un pintor de pura cepa, conlleva en su paleta una importante trayectoria artística, experiencia y conocimiento visual: planea desde hace mucho tiempo por los espacios del paisaje pictórico con elegante silencio y melódica libertad.
Si el arte de acción parte de la realidad misma y tiene como finalidad comunicar la experiencia humana en toda su gama expresiva, podemos decir que este artista hace de la pintura de paisaje: un performance pictórico y va más allá de la propia y simple acción, tan ya usada en el arte actual. Isidoro Moreno reinventa, rehace el proceso con la pintura a través del saber hacer, rompe las fronteras del realismo frio y fotográfico y nos traslada a una obra poetizada por el mundo vivido, la pintura ante la Naturaleza. Pero más allá de los tecnicismos, nos sitúa en un mundo donde la dimensión del paisaje toca la sensación: a través una pincelada directa, sentida, arañada y equilibrada en la emoción de la materia del óleo y de su armonioso color.
“Horizontes” es -sin lugar a dudas- una exposición que no dejará impasible a ningún visitante. Un lugar especial como es “El Palacio de los Serrano” en la ciudad de Ávila, para un pintor especial como es Isidoro Moreno López. Un artista por el cual -ya adelanto- hay que apostar, pues nos ofrece algo poco común en estos tiempos de auténtica celeridad: una obra situada en el umbral de la Naturaleza y la Vida, una obra cuidada, sincera y por tanto atemporal.»
Texto presentado en la exposición Horizontes
Doctora en Bellas Artes por UCM
Pintora y profesora en la Facultad de Bellas UCM
“ISIDORO MORENO”
«Es un placer para mí dedicar estas breves líneas a Isidoro Moreno, un gran pintor y compañero de viaje. Hablamos de un artista joven, en gran medida pintor de paisaje contemporáneo, explorador, viajero, que interacciona con el lugar donde ubica su caballete, ya sea desde el plano sentimental como en la forma de transcribir las sensaciones percibidas al plano de lo pictórico.
La factura de cada una de sus obras es de una amplia diversidad, donde llama la atención su capacidad de ofrecer diferentes ritmos en la pincelada, que van desde lo más riguroso y cuidado, hasta llegar a un expresionismo más visceral, necesitado del gesto y la materia.
Es un lujo hoy en día contar con un pintor que ofrece mucha verdad en cada una de sus composiciones, un pintor de corazón, donde cada una de sus obras genera diferentes lecturas, tanto a nivel formal como a nivel conceptual, porque su dominio del lenguaje de la pintura se lo puede permitir.
Enhorabuena.»
Texto presentado en la exposición Reminiscencias
Pintor